I believed music was my destiny,
but I ended up at an engineering school,
thinking that being a good son
and the grandmother’s favourite grandson
was reward enough.

I studied machines and processes,
learnt to master tools
to manufacture, create,
modify, improve, improvise.

I immersed myself in thermodynamics,
discovered its four laws,
the flows of energy,
the magic of turning heat into work,
and the inescapable entropy.
A shift in my worldview
made thermal sciences
my deepest obsession.

Still, I stayed in manufacturing,
for the pay was good,
the bills relentless,
and my graduation could not be delayed.

But soon I realised
that what I had learned about solar energy
was the horizon I longed for.
I did not want to wither
in the chaotic days of manufacturing,
but to uncover new worlds;
no longer machines and processes,
but the thrill of intellectual pursuit.

And so, I ventured into postgraduate studies:
first a Master’s,
then a PhD.
Each morning, I rose early
to travel from Cuajimalpa
or Álvaro Obregón
to the cold and high Toluca,
chasing my dream.

No one liked my decision;
when the sparkle in the eyes of those who admired me
vanished upon learning of my choice,
voices murmured:
— “The pay is poor”.
— “Don’t lose what you have”.
— “You’ll come to regret it”.
— “No-one will take you seriously”…

Now, with the PhD in hand,
I continue exploring the fascinating world of concentrated solar energy,
where radiation transforms into heat
or into electricity,
powering a cleaner future.
I travel, learn, discover,
making friends wherever I go.
Little by little, the effort ceases to be mere sacrifice
and becomes satisfaction.

Perhaps I am not what they expected,
nor the promising youth,
but I am forging the life
I have dreamed of for years.

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Creí que la música sería mi destino, 
pero terminé en la escuela de ingeniería, 
pensando que ser un buen hijo 
y el nieto favorito de la abuela 
era recompensa suficiente. 
 
Estudié máquinas y procesos, 
aprendí a dominar herramientas 
para manufacturar, crear, 
modificar, mejorar, improvisar. 
 
Me sumergí en la termodinámica, 
descubrí sus cuatro leyes, 
los flujos energéticos, 
la magia de convertir calor en trabajo, 
y la ineludible entropía. 
Un giro en mi cosmovisión 
hizo que las ciencias térmicas 
se convirtieran en mi obsesión. 
 
Aun así, me mantuve en la manufactura, 
porque la paga era buena, 
las cuentas urgentes no esperaban, 
y mi graduación no podía postergarse. 
 
Pero pronto comprendí 
que lo que había aprendido sobre energía solar 
era el horizonte que anhelaba. 
No quería morir 
en los caóticos días de manufactura, 
sino descubrir nuevos mundos; 
ya no deseaba máquinas y procesos, 
sino el reto intelectual. 
 
Y así, me lancé al posgrado: 
primero la Maestría, 
luego el Doctorado. 
Madrugaba cada mañana 
para ir desde Cuajimalpa 
o Álvaro Obregón 
hasta la fría y alta Toluca, 
persiguiendo mi sueño. 
 
A nadie le gustó mi decisión; 
cuando el brillo en los ojos de los que me admiraban 
se esfumó al conocer mi elección, 
las voces murmuraban: 
—“La paga es mala”. 
—“No pierdas lo que tienes”. 
—“Te vas a arrepentir”. 
—“Nadie te tomará en serio”… 
 
Ahora, con el Doctorado en mano, 
sigo explorando el mundo fascinante de la energía solar concentrada, 
donde la radiación se convierte en calor 
o en electricidad, 
impulsando un futuro más limpio. 
Viajo, aprendo, descubro, 
hago amigos en cada lugar al que voy. 
Poco a poco, el esfuerzo deja de ser solo sacrificio, 
 y se convierte en satisfacción. 
 
Quizás no soy lo que esperaban, 
ni la joven promesa, 
pero estoy forjando la vida 
que soñé desde hace años.